viernes, 30 de septiembre de 2011

PORTUGAL sigue disimulando, pero la Crisis 2.0 está a la vuelta de la esquina

Me encuentro en Lisboa con motivo de una conferencia, y estoy disfrutando de la hospitalidad y de la clase de los portugueses. Sin embargo, me cuesta encontrar signos de que haya cambiado algo desde la última vez que estuve aquí, la pasada primavera. El ambiente es algo parecido a: "estamos cumpliendo nuestra parte, ¡nos encontramos al límite!", mientras en Lisboa la gente sigue por ahí, pidiendo otra botella más de vino, mientras habla de la crisis. Todavía tengo que ir a algún sitio y encontrar a alguien que realmente sienta o vea la crisis. Esto es un problema porque nos encontramos muy cerca de ver cambios, tanto en Portugal como en el resto de Europa.

Mis grandes amigos y anfitriones de Banco Carregosa me contaron un hecho alucinante: la constitución portuguesa se refiere explícitamente a Portugal como un “estado democrático socialista”. ¡No es broma! Para cambiar este “error” el Parlamento necesita una mayoría de dos tercios, y no lo han logrado obtener debido a… el Partido Socialista.

Desde un punto de vista constitucional, histórico y de mentalidad tiene sentido que Portugal se haya convertido en el máximo exponente de la “Europa de las ventajas sociales”. En ella, los europeos han dado la vuelta a las famosas palabras de John F. Kennedy’s: de “pregunta qué puedes hacer por tu país” a “pide qué puede tu país hacer por ti”.

Por supuesto, los portugueses son conscientes de que esto es incompatible con la realidad de la economía portuguesa moderna y con el hecho de que recibir ayudas europeas sin fin no es una opción a largo plazo. No obstante, no parecen poder cambiar la situación. Y lo mismo pasa con la crisis de deuda en la UE.

Tenemos transparencia total para ver dónde acabará esto: horribles quiebras de facto y un repunte del desempleo. Pero también tenemos la máxima incertidumbre sobre cómo vamos a alcanzar esta fase. No puedes simplemente huir de la deuda. Está ahí, detrás de ti todo el rato, como un impuesto. Se puede retrasar, pero en última instancia la deberás pagar, y con intereses.

Lo que no logran entender los portugueses (y muchos europeos) es que están en medio de una crisis real: los bancos sobreviven solo por la intervención extraordinario de la UE y el BCE. La política fiscal de Portugal está aparcada con la troika: FMI, UE y BCE. Su día a día es en apariencia el mismo porque sus “primos” europeos han querido mantener el mismo flujo de fondos a pesar de no haber cambios en el comportamiento de los portugueses.

Esta ilusión de que nadie puede ver o sentir la crisis debe terminar, aquí y en toda Europa. La economía apenas se mantiene con vida con unos tipos de interés cercanos al cero por ciento. Imaginemos unos tipos a un nivel más natural (tasas reales 50 puntos básicos por encima de la inflación real, es decir, 4-5%) y la economía del continente se paralizaría mientras la mecha de la bomba de la deuda se acababa y el explosivo estallaba.

A pesar de la crisis de facto, cuyos cimientos se han ido construyendo durante mucho tiempo, nos hemos sentido relativamente cómodos durante un tiempo. Una de las razones principales era que China ha estado exportando deflación durante años, lo que ha mantenido la renta disponible intacta y ha hecho que las expectativas de inflación y tipos de interés cayesen cada año. Esto, a su vez, ha financiado el boom de muchos activos y la posibilidad de mantener déficits cada vez mayores a tipos de interés aún menores.

El viento de cola que nos llegaba de China se ha convertido ahora en viento de cara. Ahora el gigante asiático está exportando inflación y luchando contra sus propias presiones inflacionarias internas, así como sus desequilibrios económicos.

La ilusión de que podemos seguir imprimiendo billetes para salir de esta crisis está a punto de morir: el capital público está echando al capital privado en todos los sectores. Miremos solamente la liquidez ilimitada que tanto la Fed como el BCE proporcionan. Los bancos centrales son ahora los mercados interbancarios; no hay mercado para que los bancos negocien con otros bancos.

Nuestra confianza en los demás ha tocado fondo, igual que la confianza en el sistema y en nuestra habilidad para solucionar esto. Y aún tenemos que pagar por ello. De momento la crisis es un estado mental difícil de observar a primera vista, pero creo personalmente que, como mis viajes por toda Europa me están demostrando, el tiempo se acaba.

La economía tiene su propia coyuntura, y lo que hemos visto hasta el momento es una serie interminable de esfuerzos complejos para sostener esa coyuntura, incluso aunque la economía real haya comenzado a caer desde hace tiempo. Estas maniobras hacen que la gravedad del asunto sea mucho mayor cuando los errores legislativos (“prolongar y disimular” mientras se mantienen los tipos casi al cero por ciento) no puedan ya desafiar la física de la situación.

Nada me gustaría más que ver a Portugal de nuevo en pie y lista para un nuevo comienzo, pero me temo que la única manera de que eso ocurra será que pase más tiempo y llegue la Crisis 2.0: admitir los errores pasados y enmendarlos, sea cual sea la inestabilidad a corto plazo que esto cause.

Steen Jakobsen, Economista Jefe, Saxo Bank

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