martes, 18 de octubre de 2011

Los pisos que no se pueden pagar

Soy de los primeros que dice que ‘el pasado, pasado’, también uso mucho el ‘¡qué fácil es a toro pasado!’ pero, quienes lo hacen, sin repasar muy bien el pasado para sacar conclusiones. Lo que sucede es que esas conclusiones suelen ser feas porque el pasado lo es.

A partir del año 1997, pero sobre todo desde el 2002, en España empezó a darse un triple fenómeno que se fue realimentando a sí mismo. Se partía de una verdad histórica: en los últimos 50 años cualquier boom económico de cualquier intensidad habido en España había estado asociado al ladrillo, a partir de ahí entre el nuevo gobierno, las fuerzas económicas de aquí y de allá, y una enfermedad muy española: el mal de piedra, diseñaron un proceso para, con el horizonte moneda-única-europea a la vuelta de la esquina, conseguir beneficios astronómicos, expandir negocios, permitir a la ciudadanía hacer una de las cosas que más le gustan, no, esa no: consumir, a la vez que aseguraban la realimentación del proceso a partir de crear y mantener la demanda del objeto del negocio.

Se permitió a esa ciudadanía que aumentase hasta lo inimaginable su capacidad de endeudamiento (por lo que no hizo falta subirles, apenas, los salarios reales: ¿la inflación?, ¿qué era eso?, esa ciudadanía, deseosa de consumir se puso a consumir, pero tomando como eje algo que no iba a bajar de precio jamás porque era una inversión necesaria: la vivienda, quienes suministraron los fondos para que la ciudadanía pudiera consumir se endeudaron a su vez, y como cada año tenían que decir a sus propietarios / accionistas que el negocio había crecido un tropecientos % y como el precio del dinero tendía a menos porque había mucho (en realidad eran bits, pero daba igual: ¿no se utilizaron en el pasado conchas como monedas?), esos concededores de créditos dieron más y más, y más a fin de ingresas mucho por comisiones, y como la legislación garantizaba que la deuda lo era independientemente de la naturaleza y valor del bien adquirido, pues ¡hala!, a crediticiar. Y, de rebote, ayuntamientos, Gobiernos regionales y Estado a ingresar vía figuras fiscales, figuras fiscales que fueron consideradas permanentes, evidentemente, por lo que se montaron estructuras de gasto en consonancia.

¿Por qué cuento todo esto que ya es conocido?, pues para evidenciar que la dación de la vivienda en pago de la deuda es im-po-si-ble. Lo sería si estallase una revolución social y todos aquellos que tienen una hipoteca, puedan pagar sus cuotas, o no, reintegrasen sus saldos y dijesen que no van a pagar más a no ser que se modifiquen las leyes correspondientes, pero como las revoluciones no están de moda, pues nada: vía muerta.

Es imposible porque cuando se puso en marcha el proceso descrito esa variable no se consideró, y no son los costes hasta ahora dichos de la medida el principal problema, sino el potencial a que podría llegar su implantación considerando, pienso, la evolución esperada de la economía española: el estancamiento y el aumento del desempleo; es decir, lo peor no es lo que ha pasado sino lo que va a pasar. Pero al otro lado de la mesa hay un problema real: quienes no van a poder pagar porque no van a poder pagar.

Mantener uno ignorando el otro es, pienso, absurdo. Al margen de que es difícil de imaginar en un país occidental a un millón de familias sumidas en la miseria deambulando por las calles convertidas en homeless, ¿qué iban a hacer las entidades financieras del reino con un millón de viviendas depreciándose día tras día, en sus balances?.

Aunque claro, siempre podrá optarse por la receta de Mr. Jeffrey Archer, candidato del Partido Conservador en las elecciones municipales de la ciudad de Londres del año: “Los mendigos deben ir a parar a las prisiones” (El País 22.09.1999).

***

No se pierdan el film: Margin Call (J.C. Chandor 2010). Extraordinaria e imprescindible para entender cómo ha sucedido lo que ha sucedido (el porqué, se deduce sólo) y para intuir lo que viene ahora: un retroceso espectacular en el estándar de vida.

‘No es más que dinero. No es más que algo ficticio. Tozos de papel necesarios para que no nos matemos para poder comer’. Yo añado: lo mejor de todo es que ni siquiera era papel.

La Carta de la Bolsa - Los pisos que no se pueden pagar

El artículo de El País que menciona SNB:
Un candidato a alcalde de Londres propone encarcelar a los mendigos • ELPAÍS.com

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