viernes, 28 de diciembre de 2012

Gente, pueblo, población, ciudadanía – y 2


Esta crisis sistémica, como todas las que la han precedido, acabará, pero ‘la recuperación’, pienso, debe ser entendida como una estabilización en la escasez. Acabará la destrucción de empleo, el cierre de empresas, el hundimiento del PIB, …, pero porque se habrá alcanzado una situación de equilibrio situada un 20% o un 30% mas atrás de la que teníamos al final del período en el que ‘el mundo fue bien’, en la que se existirá y a la que se producirá un acostumbramiento ‘a lo que toque y a lo que haya’ por parte de la mayor parte de la población.
Un equilibrio estancado con expectativas muy, muy limitadas; más de supervivencia que de crecimiento. Una situación que no lleva al auge, sino que prepara el cambio de sistema. Recuerden: salvando todas las distancias estamos en la década de 1770, a partir de ahí …
Y a partir de ahora, ¿qué?. Partiendo de la base de que mucha de esta aún ciudadanía prefiere no saber: no lee nada sobre lo que está sucediendo, no comenta con nadie de las consecuencias de esto que está pasando, no se informa sobre lo que está viniendo, porque es triste, feo; pienso que tan sólo existen tres posibles desenlaces.
Uno: un proceso revolucionario tipo el acontecido en 1848. Dos: una resistencia individual y pasiva en línea con lo que proclamaba Gandhi. Tres: un acostumbramiento a este declive empobrecedor en el que el individuo tan sólo se preocupe de su propia supervivencia.
El primero lo veo imposible porque ni hoy existe una base socialmente cohesionada ni coordinada para poner en marcha un proceso como aquel, ni una clase pujante que precise lde cantidades ingentes de fuerza de trabajo, ni un substrato asimilable al nacionalismo como sí había entonces; al margen de que hoy existen sistemas represivos que son capaces de desmantelar un movimiento revolucionario antes, incluso de que empiece a formarse. Finalmente porque hoy, a diferencia de 48, la mayoría de la población tiene algo que perder.
El segundo tampoco lo creo posible porque para que se diera sería precisa una concienciación tal que, a modo de símil, llevase a una masa de personas a sentarse en una vía férrea justo antes de que un tren inicie su recorrido independientemente de lo que sucediera; situación que si se dio en la India. Por otra parte, la inmensa mayoría de la población tiene consciencia de que ‘ha perdido’, pero que ha perdido ‘ella’: cada persona, pero no de que ha perdido el conjunto de la población y, por tanto, no lo son de que posibles estrategias orientadas a recuperarlo deberían pasar, inexorablemente, por acciones a nivel colectivo.
El tercero es el que pienso se está imponiendo. Tras una década en la que ‘el mundo fue bien’ y cada persona tuvo lo que quiso tener porque le dieron los medios para tenerlo ya que era bueno que lo tuviese (Burkina Faso, a estos efectos, no existe), la población -cada persona- se siente desamparada, máxime cuando de una forma u otra se le dice: ‘no eres necesaria, por eso prescindimos de 5.000’, o ‘de momento aún te necesitamos pero pagándoos un 40% menos, y si no quieres, ningún problema: en la puerta hay cola para aceptar estas condiciones’
Ese desamparo, en una atmósfera de retroceso imparable del modelo de protección social, lleva a un bloqueo en el que se trata de preservar lo máximo posible y a la aceptación de cualquier cosa que se indique / ordene / dicte a fin de conservar lo poco que se haya mantenido o esperado algún subsidio en el caso de que no se haya podido mantener absolutamente nada. Máxime si, al igual que en 1933 cuando fue levantada la Ley Seca, se produce la legalización de substancias que contribuyan a mantener la paz social.
Gente, pueblo, población, ciudadanía. De verdad, de verdad, tan sólo entre 1950 y 1973, y no toda ni en todas partes, fue su necesidad creciente y fue tal necesidad remunerada, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo; a partir de ahí las cosas empezaron a cambiar, y hasta hoy.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.

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